lunes, 10 de marzo de 2008

EL BAÚL DE LAS MENTIRAS

La película el baúl rosado basa su trama en una investigación policial en los años 40, que surge con la llegada de un baúl dejado como encomienda en la Estación de Tren de Bogotá, con datos falsos.

Lo curioso es el extraño contenido del baúl, el caso de lo asignan al detective Mariano Corzo, quien encuentra muchas dificultades por el entrometimiento de la prensa amarillista, en especial de el periodista Hipólito Mosquera, quién día a día escribía crónicas acerca del caso, con información que compraba a un detective.

La investigación va revelando la existencia de relaciones corruptas entre la policía y la prensa que entorpecen el seguimiento del caso.

Corzo, en medio de confusiones y pistas sin rumbo, encuentra a Martina una viuda dueña de un café, que le ayudará a descifrar el caso y descubrir la corrupción que hay en la dirigencia de la policía.

Surge entonces una pugna entre el periódico y la Prefectura de Policía, los unos detrás de la chiva y los otros de la resolución del caso, que es la síntesis por la que se desarrolla la trama.
El caso es que todo el filme empieza muy bien. Enmarcado dentro del universo del cine negro mezclado con temas policíacos.

Se despliegan todos esos elementos conocidos del género: un detective con perfil de antihéroe, un crimen de por medio, policías corruptos, personajes oscuros, bajos fondos y atmósferas cargadas. También funciona eficazmente la maquinaria del relato y construcción de personajes mientras se desarrolla la intriga del curioso crimen por resolver, pues la trama sabe enlazar la misma investigación al detective, al policía corrupto y al periodista. Esto se convierte en un juego y en una carrera de ingenio que mantiene al espectador atento al desarrollo de la historia, a la confrontación entre los personajes y a la intriga del misterio sin resolver.

Pero el interés del relato se acaba a mitad de camino. Justo como le pasó al periodista de la película, que pudo sostener la atención mientras supo hacer bien los malabares con los elementos de la historia. Eso ocurre cuando aparece la confusa subtrama del ladrón de cadáveres, y cuando aparece otra más forzada y dispersa sobre la relación afectiva entre el detective y la dueña del bar.

Entonces la narración se carga de información mal atada y el periodista como antagonista pierde fuerza. Y cuando más o menos ya es hora de la resolución despacha casi gratuitamente a sus personajes en un tren, así como al espectador con una desconcertante afirmación sobre el secreto que servía de hilo conductor.

La propuesta visual es otra cosa, con la ambientación en el Bogotá de 1945 resultan más afines esas atmósferas propias del cine negro, incluida toda su vieja iconografía: gabardinas, trajes, sombreros, cigarrillos, etc. Jamás se ve un arma. Además, los espacios en que se desarrolla la historia refuerzan la atmósfera que trata de transmitir la película y consigue crear la ilusión de un ambiente y a partir de él complementar el sentido de la historia y sus personajes.

Igual ocurre con el manejo de la iluminación, el color y la textura de la película, que son estilizados y crean una propuesta estética muy definida, la cual por momentos logra buenas imágenes, pero en otros unos planos ininteligibles por falta de luz y al final la trama deja mucho que pensar, analizando lo que inicialmente prometía.

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